Recuerdos de una infancia feliz
De wikisenior
(Redirigido desde «Recuerdos de mi infancia»)Con el paso de los años me estoy acordando cada vez más de cosas de mi infancia. No sé si esto pasa a la mayoría de las personas cuando se hacen mayores, quiero suponer que sí. De todos modos, a lo mejor es bonito contar algunas de las imágenes que me vienen a la memoria, porque por ser extranjera muchas vivencias de pequeñita lógicamente han sido distintas de las de mis amigos en España.
ALKMAAR
Nací a mitad de los años 40, en la ciudad holandesa de Alkmaar (que está a unos 40 kilómetros al noroeste de Amsterdam). Lo que me acuerdo de allí es que una vez por semana me recogía mi abuelo para pasar el día con ellos.
Alkmaar es la ciudad del famosísimo mercado de quesos, que nació en el año 1593 y ha ido creciendo hasta ser una atracción turística internacional. Se celebra cada primer viernes del mes, excepto en los meses del invierno. Muchas veces me llevaban a ver este espectáculo tan bonito: los hombres vestidos de blanco con sus sombreros con cintas de color, llevando los palets con quesos y chillando ¡¡"Abran paso!!" a través del gentío.
OVERVEEN
Cuando tenía 4 años, y recién nacido mi hermano, nos mudamos a Overveen, un pueblo al lado de la ciudad de Haarlem, a 20 kilómetros al oeste de Amsterdam, muy cerca de la costa. Aún me veo sentada en el pasillo, envuelta en una manta junta con la hija de los otros inquilinos, para ver cómo sacaban nuestras cosas y los metían en un camión. La casa nueva era horrible, por lo menos me dí cuenta más tarde. Era una mansión de esas antíguas, con amplias escaleras de mármol interminables. Vivíamos allí con dos familias más. Nuestra cocina estaba en la planta baja, el comedor y la habitación de mis padres en el primer piso y el cuarto de mi hermano y yo en el segundo piso. Cuartos de baños no había entonces. Por la mañana mi madre nos lavaba la cara y los brazos y una vez a la semana ponía una tina de estaño con agua caliente y nos bañaba. Aquella época era muy mala para mi madre porque también nació mi otro hermano. Y con tres niños pequeños, escaleras arriba escaleras abajo todo el día, con los nervios a ver si pasaba algo arriba si ella estaba bajo en la cocina........ Según mi madre era la peor época de su vida, y esto que había vivido la guerra.
El descubrimiento del nacimiento de mi hermanito era gracioso. En aquella época no se hablaba de niños en la barriga y cosas así, de modo que una mañana mi padre me despertó y dijo que había una sorpresa. Ya que era la época de San Nicolas (como aquí Reyes) cuando los niños ponen un zapato al lado de la chimenea con una carlota y agua para el caballo, yo iba a buscar mi zapato para ver si San Nicolas había traído algo, pero nada. Todo decepcionada busqué bajo muebles y en armarios, y al final mi padre dijo, no, no, la sorpresa está en el dormitorio. Y allí me encontré con otro hermanito. No me acuerdo pero seguro que en ese momento me hubiera gustado más un chocolatín en el zapato que una cosa llorona en una cuna.
HAARLEM
Luego, cuando tenía 6 años, nos mudamos otra vez, pero ahora para mejorar mucho: nos dieron un piso en Haarlem, los primeros que se construyeron, toda una novedad. Tenía tres alturas. Para mis padres era un palacio: una vivienda para nosotros solos, con 3 habitaciones, cuarto de ducha y dos balcones donde daba el sol por las mañanas. La calle estaba divida a lo largo por un césped y teníamos una amplia vista por los prados. Luego ya no, porque poco a poco el horizonte se llenaba de viviendas y más pisos.
Al mudarnos a esta ciudad, los primeros tres meses me quedé en el colegio en Overveen hasta navidad. Esto significaba que tenía que ir por la mañana y volver por la tarde en autobús de línea, un recorrido de 45 minutos, y solo tenía 6 añitos. La primera vez mi madre iba conmigo, pero el segundo día ya iba sola. Hoy en día esto sería impensable, pero como se ve, no nos ha pasado nada y hemos crecido sin complejos y sin miedos. Cuando fui al nuevo colegio en Haarlem, también tenía que ir andando 25-30 minutos, haciendo el recorrido cuatro veces al día, con uno de mis hermanitos cogido de mi mano. Tengo que comentar que mis padres nunca tuvieron coche, aunque en aquella época eran muy pocos que tenían uno. Cuando uno de mis tíos venía de otra ciudad a visitarnos con su coche, la máxima alegría era que nos llevara a dar una vuelta en aquel vehículo. !Como si fueramos los príncipes mismos!
Allí pasé toda mi infancia hasta que tenía 20 años. Aquel piso era muy frío. En el comedor estaba la estufa de carbón, pero el resto de la casa estaba helada. Mi cuarto, donde solo cabía una cama, un pequeño escritorio y una silla, era el más frío de todos, con una pared orientada hacia el norte. En invierno muchas veces mis sábanas estaban tiesas en la cama. Allí también estudiaba, envuelta en una manta gorda. Pero era mi refugio y era mi tesoro.
EL TIEMPO
Tengo la idea que en mi infancia en verano siempre hacía buen tiempo, y que en invierno siempre había nieve y hielo. Me acuerdo perfectamente lo que disfruté yendo andando al cole con la nieve y el hielo, y lo que sufrí teniendo que ir en bicicleta al bachiller, al otro lado de la ciudad, que costaba unos 45 minutos. Daba igual si llovía, tronaba, helaba o nevaba. Llegabas que no sentías ya los dedos de las manos y de los pies, o estabas chopada hasta la médula. Teniendo bicicleta, el autobus no era opción en nuestra familia. Creo que en los 6 años del bachiller, me han dejado sólo dos veces ir en autobús, me imagino porque las condiciones climatológicas serían más que inhumanas.
El invierno
A veces la nieve estaba amontonada al lado del carril bici durante semanas, habían placas de hielo en el suelo, pero éramos de una pasta especial, con sentido del equilibrio y reflejos rápidos y no nos caíamos mucho.
Como buena holandesa he patinado mucho sobre hielo. Siempre estaba esperando impacientemente el final de las clases para ir corriendo a casa y meter los patines, aunque fuera para media hora. Salías a las 4, a las 4.30 en casa, ya oscurecía. Y a las 6 ya se cena en Holanda. Para aprender iba mi padre con nosotros el fin de semana hasta que nos soltáramos. Mucha gente aprendía cogida a una silla.
Hoy en día están las pistas de hielo, que hacen posible poder patinar casi todo el año. Pero no tienen el encanto del patinaje en los ríos y canales, en sitios sin gente ni tráfico, en medio de los prados, con el único ruido del zuf zuf de los patinos sobre el hielo. Donde acuden más gente, hay paradas con chocolate caliente y bizcochos, llamadas "Koek & Zopie". De todos modos, siempre es un ambiente muy especial que no se puede comparar con otro.
Los primeros patines eran los originales de Frisia (Friese doorlopers), de madera, como en la foto. Era algo incómodo con las cintas, porque patinando se soltaban poco a poco y tenías que volver a anudarlas varias veces, o podías perder los patines fácilmente cuando caías.
Luego vinieron los patines atornillados a los zapatos, que era un gran progreso. Para las chicas eran botas blancas, como los de patinaje artístico, y para los chicos botas negras, llamados "Noren", noruegos, más para velocidad.
En Holanda uno de los deportes nacionales es el patinaje de velocidad. En nuestra historia los más grandes han sido Kees Verkerk y Ard Schenk, ambos campiones mundiales año tras año y también olímpicos (a la vez eran adversarios) en los años 60 y principio de los 70. Me acuerdo que durante los campeonatos todas las familias estaban delante del televisor, con papel y lápiz en mano, apuntando los tiempos de las vueltas de cada uno, chillando, empujándolos en las curvas, sufriendo lo indecible. Qué bonito y qué emoción. Algo como pasa ahora con el fútbol, pero en un ambiente completamente distinto: cada uno en su casa, calentitoa al lado de la estufa.
Los domingos por la tarde teníamos el "obligado" paseo para respirar aire fresco. Si había nieve, llevábamos el trineo, tirado por mi padre, y cada uno a su turno se sentaba un rato. También se ataban los trineos en hilera detrás de un tractor o un coche, así que no tenía que 'trabajar' nadie.
La época de San Nicolás siempre era muy especial. Desde más o menos el 25 de noviembre mi padres nos dejaban poner el zapato algún día y encontrábamos la primera letra de nuestro nombre en chocolate, una figurita de marzapán o dulces típicos holandeses. O una notita del santo con una reprimanda si nos habíamos comportado mal. La carta también poníamos en el zapato y el día 5 por la noche cantábamos canciones de San Nicolas, acompañados por mi padre que tocaba el piano.
. Estábamos muertos de miedo y también expectantes porque los ayudantes de San Nicolas, que son "Pedros Negros" (Zwarte Pieten, con caras pintadas completamente negras), podían entrar en tu casa y meterte en el saco si no te habías portado bien. Por otra parte también podían abrir la puerta de tu casa y echar caramelos. Siendo muy pequeñitos el día 6 nos depertábamos pronto para ver qué había traído San Nicolás. Luego, de adultos, se daba los regalos también el día 5, con paquetes sorpresas y rimas. Todos los miembros de la familia buscaban un sitio en casa donde nadie podía entrar, la casa estaba llena de papel de regalo, trozos de cartón, tijeras, cuerda, celo, etc. Y los unos preguntaban a los otros: ¿qué rima con tal o tal palabra? Todos escondían los regalos empaquetados hasta el momento de ponerlos en el saco.
Luego venía la época de navidad. Qué bonito era. Días antes mi padre empezaba a fabricar el belén, una gruta, cuya 'estructura' era una habitación de muñecas que había hecho mi abuelo para mí. El día 24 por la noche el caminar en la nieve a la iglesia a las 23.00 horas. La música, la gente, el ambiente. Al llegar a casa un trozo de pan de pasas y a dormir. El día siguiente el desayuno, todos en ropa nueva, cosida por mi madre. Las cortinas cerradas, el comedor lleno de velas, el pan blanco hecho por mi padre. Aun me acuerdo del olor y del sabor, una cosa inigualable. El pan de pasas, también casero, y sobre todo la mandarina, que era solo para ese día. Me parece que nos duraba un cuarto de hora y a ver cuántos gajos tenía cada uno, porque sí tú tenías uno menos..... Y naturalmente se encendieron por primera vez las velitas del arbol, que eran verdaderos. Qué peligro. Mi padre estaba siempre pendiente por si uno se terminaba y tenía que ser sustituido. Nuestro 'deporte' era a ver quién descrubría primero una 'muerta'. Para cenar mi madre siempre hacía conejo con naranjas. Los conejos de dunas tienen un sabor muchísimo más fuerte que los conejos de aquí, y sólo lo comíamos en navidad. Y de postre un 'Charlotte Russe', un pudin de bavarois con marasquino.
Ahora que lo pienso, en aquella época las niñas no teníamos pantalones largos. Ibamos en falda y calcetines hasta las rodillas y el frío subía por las piernas. Mi madre siempre ha sido muy moderna, y cuando yo estaba en 4ª de EGB me dío unos pantalones largas. Qué calentita iba, pero la alegría duró poco porque la escuela lo prohibió! Después de protestas y rifi-rafes lo admitián, pero tenías que poner una falda por encima. ¡El summum de elegancia! Pues falda en el bolso y a ponerlo y quitarlo. Después de una temporada ya no podían evitarlo y lo . Un caso parecido era en 1º de EGB. Mi madre me había hecho un vestido de verano con un volantito en lugar de una manga. Me enviaron a casa y ya no me pude poner este vestido así. Seguramente mi madre añadió unas mangas porque los tiempos no estaban para desperdigar vestidos. Hay que tener en cuenta que la 2ª guerra mundial había acabado 5-6 años antes, y el país aun estaba intentando leventarse. No había hambre, pero de lujos nada.
Otra cosa curiosa era el caso del bolígrafo. Me aucerdo perfectamente. Eramos 60 en la clase de 1º EGB, en varios bancos para dos estábamos tres alumnas, con el tintero en el medio. Mis padres me trajeron de un viaje al extranjero un pequeño bolígrafo, de color marrón, que parecía dejar algo como tinta, pero era raro, no se conocía. Las monjas lo miraban con ojos escépticos y no me lo dejaron utilizar para nada.
El verano
Como dije antes, el verano parecío eterno. Mis padres nos llevaron a todas partes en bici. Mi madre con un niño en una sillita al volante y otro en una sillita en el portaequipaje, y yo en el portaequipaje de mi padre. No es que mi madre era la esclava, pero los bicis de los señores tenían una barra horizontal desde el volante hasta el sillín, y los de las señoras no, habiendo sitio para colgar una sillita.
Luego ya tenía mi bicicleta y ellos llevaron un niño cada uno. Y así íbamos muchos domingos a la playa, con una botella de leche (especial, que no se hacía agria) y las rabanadas de pan de molde, que es lo que comen los holandeses a mediodía, y fruta. Parece que no pero Holanda tiene magníficas playas, bordadas por las dunas, donde hay mucha fauna y se puede caminar sin encontrar a nadie en horas. También pasamos días allí entre dos colinas, resguardados del viento, con la comida y la leche, mis padres con su lectura y nosotros jugando. Dentro de las dunas había un lago, el 'Lago de los Pájaros', donde podíamos bañarnos.
Visitábamos también el Keukenhof (el Jardín de los Tulipanes), y otros 'sitios verdes' en los alrededores, alguna vez el aeropuerto de Schiphol para ver el ir y venir de los aviones. A veces no los veías, porque el tráfico aéreo no era nada denso. Entonces Schiphol era muy pequeñito, como Valencia antes.
Y jugábamos siempre en la calle y en los prados, buscando bichos, haciendo juegos, hacer volar una cometa nmorada que había hecho mi abuelo. A veces montábamos un 'circo' y otros niños podían vernos si pagaban. Las que íbamos a gimnasia, enseñábamos nuestras piruetas y vueltecitas. Alguna moneda recogíamos la primera vez, la segunda ya no colaba, claro. Y al final del día se abría la ventana de nuestra casa y se oía un sonido especial, que provenía de un cornete que compraron mis padres de suvenir en los Alpes. Esto era la señal que los niños de nuestra familia teníamos que ir a casa. Todo el barrio lo sabía, y si no lo pudimos (o no quisimos) oirlo, los otros niños en la calle ya se encargaban de buscarnos y avisarnos. Qué cosas!
Una de nuestras ilusiones más grandes era que vinieran mis abuelos a quedarse en casa. Vivían aún en Alkmaar, y venían en autobús (unos 30 kms). Horas antes ya estábamos nerviosos por ir a la parada a recogerlos para acompañarlos a nuestra casa. Siempre nos preguntábamos qué nos traderían: algún Mars, un trozo de chocolate ¿o a lo mejor dinero? Muchas veces nos daban 10 céntimos a cada uno y con esto íbamos a una heladería a 15 minutos andando para comprar un helado de 2 céntimos, y así teníamos para 5 días.
A la inversa también nos gustaba, que era ir en autobús a Alkmaar para ir a casa de mis abuelos y ver a nuestros primos. Teníamos que cruzar el canal que comunica Amsterdam con el Mar del Norte que era en el ferry, todo un acontecimiento. En el año 1957 se abrió el tunel (Túnel de Velsen) debajo de este canal, y pasar por él era una fiesta para nosotros.
Estos son unos cuantos recuerdos de mi infancia feliz. Cuando los leerá un niño de hoy en día, no sé si se reiría o qué sensación le causaría. Seguro que no se puede imaginar que éramos tan felices con tan poco. Pero por lo menos teníamos miles de pequeñas ilusiones que juntas conforman una época feliz.